Dietas altas en proteína: mitos y realidades.
Cuando uno empieza a adentrarse en cuestiones de nutrición es inevitable toparse con una serie de mitos, algunos postulados por farsantes y otros sostenidos, irónicamente, por profesionales de la salud. Suele ser cierto que este problema no se basa en una intención maliciosa de estos últimos en promover información errónea, sino más bien en caer en el inocente error de no continuar actualizándose y capacitándose. ¿Por qué es importante esto? Porque a medida que la ciencia avanza y nuevas tecnologías nos permiten entender las cosas con una mayor profundidad, muchas cuestiones que antes se pensaban verdaderas realmente no fueron más que el producto de estudios mal diseñados o intereses de por medio. Con este preámbulo, en este artículo les hablaremos sobre los mitos que hasta el día de hoy (a pesar de haber sido derrumbados) aún persisten acerca del consumo elevado de proteínas, además de mencionarles la otra cara de la moneda que no se conoce con la misma fama.
Muchos de ustedes habrán escuchado o leído las siguientes dos afirmaciones: una dieta alta en proteínas causa daño renal y además, repercute negativamente en la salud de nuestros huesos. Pero, ¿en que se basan para, con tanta seguridad, concluir esto? ¿Tendrá algún fundamento sólido? ¿Existirán ensayos clínicos que afirmen estas dos propuestas? ¿Habrá algún beneficio de consumir una dieta alta en proteínas? Empecemos a deshilachar esta problemática.
Sabemos que una de las funciones más importantes de nuestros riñones consiste en excretar los subproductos ocasionados por el metabolismo de las proteínas, ¿correcto? Entonces, suena evidente asumir que a mayor consumo de proteínas, debería existir una mayor filtración de estos subproductos (lo que se conoce como hiperfiltración glomerular) y, efectivamente, así se evidenció en 1983 (1). Sin embargo, no solo se reportaron estos resultados sino que desde aquel entonces se empezó a sugerir que esta denominada hiperfiltración sería un indicador de que los riñones están sobre esforzándose y que esto, indudablemente, conllevaría a daños renales al largo plazo. Más recientemente, en un estudio que hablaba sobre dietas hiperproteicas y salud renal, se postuló que esta hiperfiltración podría tener un efecto dañino y que además, dichas dietas no tendrían beneficios para el consumidor (2). Sin embargo, la evidencia que aportan para teorizar sobre este tema tan controversial sigue siendo inconclusa al no apoyarse en estudios científicos prospectivos y, más bien, basarse en posibilidades teóricas no demostradas. Pero, más allá de ser una hipótesis ¿habría evidencia que fundamente que un alto consumo de proteínas causaría daño renal? Hasta el momento, no hemos identificado algún estudio que compruebe esta causalidad, pero, sí hemos encontrado estudios que la desmienten.
Como reporta más de un investigador, si bien una dieta alta en proteínas incrementa la filtración glomerular, esto no se traduce con certeza en daño renal o alteraciones negativas en la funcionalidad de los riñones al largo plazo. Lo único que esto implica es que los riñones están adaptándose a manejar niveles mayores de subproductos del metabolismo proteico (3, 4). A propósito, en una revisión del 2005 se determinó que si bien la reducción de la ingesta proteica podría ser un tratamiento frente a enfermedades renales, en una población saludable no existe evidencia sustanciosa (esto es cierto hasta la fecha) que determine que dicha ingesta sería perjudicial para la salud renal de este grupo poblacional (5). Sin embargo, es importante mencionar que sí se ha encontrado evidencia para argumentar que en personas con insuficiencia renal moderada, la ingesta de niveles bajos de proteína (0.58g/kg/día) enlentecen la pérdida de la función renal. Aunque, también se vio que en personas con insuficiencia renal crónica disminuir aún más los valores de proteína (0.28g/kg/día) no logró mermar la progresión de la enfermedad (6). Por lo tanto, podemos concluir que en personas con una función renal normal (la mayoría de nosotros), no se ha encontrado evidencia hasta el momento para pensar que las dietas hiperproteicas originen enfermedades renales.
Por otro lado, ¿qué evidencia asocia al consumo de proteínas con la pérdida de masa ósea? En el 2003, Ginty resume lo que se sabía en aquel entonces sobre la ingesta elevada de proteínas y la salud ósea (7). Este investigador comenta que durante los últimos 90 años, la mayoría de estudios han demostrado que el consumo elevado de proteínas incrementaba la excreción de calcio, pero, ¿de donde saldría este calcio? Efectivamente, de nuestros huesos. Frente a ambientes ácidos, nuestro esqueleto tiene la capacidad de amortiguar (evitar) cambios en el pH (por ejemplo, los aminoácidos azufrados de ciertas proteínas son de carácter ácido) al liberar el calcio que lo compone. Si bien este mecanismo es real, Ginty comenta que muchos de los estudios que evidenciaban este peligro asociado al consumo de las proteínas estaban llenos de problemas y errores metodológicos lo cual impediría transpolar este mecanismo a la vida real y afirmar que, sin duda alguna, el consumo de proteínas debilitaría a los huesos. Inclusive, se ha encontrado evidencia para sugerir que reducir el consumo de proteínas por debajo de 0.7g/kg en mujeres podría realmente ser perjudicial para los huesos (8). Según este estudio, si bien un consumo disminuido de proteína podría indicar una menor excreción de calcio de los huesos, estas dietas hipoproteicas (bajas en proteína) elevan los niveles normales de la hormona paratiroidea e inhiben la absorción de calcio a nivel intestinal. En otro estudio, se encontró que en hombres y mujeres de 50 años de edad, incrementar el consumo de proteínas de 0.78 a 1.55 gramos/kg/día con suplementos de proteína animal no incrementaba la excreción de calcio sino más bien estaba asociada a mayores niveles circulantes de IGF-1 (un factor asociado al desarrollo óseo) y menores niveles del telopéptido N en orina (un marcador de descomposición ósea) (9). Vale la pena recalcar que en una revisión más reciente del tema, no se encontró evidencia que determine que un contenido elevado de proteína comprometa a la densidad o masa ósea. Sin embargo, sí mencionan que para compensar un posible incremento en la excreción de calcio producto de estas dietas, la ingesta de calcio no sea menor a 600mg al día (10).
Entonces, si sabemos que las dietas hiperproteicas no originan ni daño renal ni perjuicios a nuestros huesos, ¿habrá algún beneficio en seguirlas? Pues, en los últimos años, a partir de la evidencia que logró derrumbar todo aquello que le daba mala reputación al consumo elevado de proteínas, se empezó a considerar las posibles ventajas que esta dieta podría tener: mitigar la sarcopenia (disminución de la masa muscular por el avance de la edad), la pérdida muscular durante dietas hipocalóricas y favorecer el metabolismo y el manejo del peso corporal. En una revisión del 2013 se reporta amplia evidencia que le otorga a la suplementación proteica el carácter de factor protector en la población de la tercera edad frente a la preservación de masa magra y el riesgo de fracturas de cadera (11). Igualmente, en otra revisión publicada el año pasado, se encontraron una serie de ventajas frente a dietas con un mayor contenido proteico, entre estas: una mejora de la regulación glicémica (lo que conllevaría a una liberación más controlada de la insulina luego de ingerir algún alimento), un incremento en la absorción intestinal del calcio y una preservación significativa de la masa magra durante regímenes hipocalóricos o el envejecimiento natural de la persona (12).
El estudio más interesante que aboga por un consumo más elevado de proteína en nuestro día a día fue publicado hace unos días en la revista americana de nutrición clínica (13). Curiosamente, para verificar el efecto de las dietas más elevadas en proteína sobre la salud renal de las personas, se analizó la filtración glomerular y la creatinina en sangre, concluyendo que no pudieron encontrar asociación alguna con la ingesta proteica. Si bien los autores de esta investigación reportaron que en estudios anteriores se encontró niveles elevados de colesterol HDL en dietas hiperproteicas, en este último estudio no encontraron esta relación. Si esta inconsistencia nos demuestra que este atributo realmente no es propio de las dietas hiperproteicas o se trata del uso de un modelo estadístico distinto para interpretar sus resultados, aún no queda claro. A pesar de esto, en este trabajo sí se encontró mejoras cardiometabólicas concretas durante el consumo de mayores ingestas de proteína, evidenciando que estas dietas disminuyeron considerablemente la grasa corporal entre los participantes del estudio. Consideramos importante también mencionar que si bien el estudio usó el recordatorio alimenticio de 24 horas (el cual puede tener sus desventajas e imprecisiones por ser un recuento personal) de data entre el 2007-2010, las aproximaciones de los autores no se alejan de la realidad frente al resto de evidencia que apoya dichos atributos, en este tipo de dietas.
Consejo de NoisyScience: Luego de analizar la evidencia rescatada, podemos sugerir que, en personas saludables, el consumo elevado de proteínas no constituye una causal directa de daño renal o perjuicios a la salud de sus huesos. Sin embargo, como lo hemos dicho anteriormente, en personas con insuficiencia renal la evidencia nos dice lo contrario. Así que, si sus riñones están sanos y buscan controlar su peso, mejorar su composición corporal, mitigar los efectos naturales de la sarcopenia y mantener una homeostasis del calcio en su organismo, deberían considerar elevar su consumo proteico de la mano de un nutricionista calificado.
Referencias bibliográficas:
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